Columna de opinión número 5 - Conectar las ZNI, es crear justicia en nuestro país.

Por Danny Ramírez, director IPSE
Cuando me siento con mis colegas a hablar de las Zonas No Interconectadas (ZNI), muchas veces lo relacionamos con hablar del espejo más crudo de nuestra desigualdad energética. Mientras en las ciudades el debate gira en torno a tarifas, eficiencia y transición, en más de la mitad del territorio colombiano la discusión es otra: ¿habrá energía hoy?, ¿por cuántas horas?, ¿a qué costo? Como país, hemos normalizado que cerca de dos millones de personas vivan con un servicio intermitente, costoso y contaminante. Y esa normalización es, en sí misma, una forma de injusticia.
¿Injusticia?, sí, injusticia, ambiental, social y principalmente, energética.
En las ZNI, la generación de energía sigue dependiendo principalmente de combustibles fósiles. Lejos de ser una solución, esto se convirtió en un síntoma de atraso: costos altísimos por transporte fluvial o aéreo, generación limitada a unas pocas horas diarias, riesgos de derrames, emisiones contaminantes y una dependencia económica que compromete a los mismos territorios. Es, literalmente, la energía más cara, que se pueda generar en las zonas donde viven los colombianos con menores ingresos.
Las cifras hablan por sí solas. Mientras un usuario del sistema interconectado paga tarifas reguladas y relativamente estables, en zonas apartadas, el costo unitario de producir un kilovatio-hora puede ser hasta diez veces mayor. No es un problema técnico: es un problema estructural. La dispersión geográfica, dificultad de vías, los obstáculos para transportar equipos y combustible, los climas extremos y la ausencia de infraestructura pertinente, han configurado un ecosistema energético frágil, dependiente y altamente subsidiado. Un ecosistema que, si no transformamos ahora, seguirá condenando a estas comunidades a un rezago permanente.
La buena noticia es que el país tiene por primera vez en décadas, la oportunidad real de cambiar esta historia. Y no solo a través de los sistemas fotovoltaicos individuales, que han demostrado ser una solución efectiva y digna para miles de familias, sino mediante un portafolio mucho más amplio, diverso y audaz.
En IPSE hoy podemos hablar de microrredes híbridas que combinan generación solar fotovoltaica, almacenamiento en baterías y respaldo eficiente, capaces de garantizar energía continua en comunidades que llevan generaciones sin ella.En un futuro próximo, el ideal sería poder hablar de microhidroeléctricas donde las diferencias en alturas en caídas de agua lo permitan, de aerogeneración en zonas costeras, de sistemas de biomasa en territorios agrícolas, de soluciones portátiles para familias nómadas y de modelos de operación comunitaria que convierten a los usuarios en cuidadores de su propio sistema, (en varias partes del país, este sistema ya se está implementando)
Pero la verdadera transformación no será solo tecnológica. Será cultural e institucional. Requiere que entendamos que las ZNI no son un apéndice del sistema eléctrico nacional, sino un universo propio con reglas, ritmos y necesidades diferentes. Exige diseñar políticas de largo aliento que prioricen estos territorios no porque sean rentables, sino porque son territorio colombiano.
Desde IPSE lo sabemos bien, llegamos a los lugares más lejanos de nuestra geofrafía, abrimos brechas en selvas, ríos y desiertos para instalar sistemas que cambian vidas. Vemos los desafíos de primera mano: comunidades con energía solo cuatro horas al día, veredas que dependen de un motor diésel que falla cada dos semanas, islas donde el combustible llega en canoas a precios impensables. Pero también vemos el potencial: regiones con los niveles de radiación solar más altos del continente, ríos constantes, vientos sostenidos, y, sobre todo, comunidades dispuestas a aprender, participar y apropiarse de sus proyectos.
Producir energía limpia no debe ser un lujo para unos pocos, sino la regla para todos. Necesitamos marcos de financiación más robustos, soluciones que no dependan del transporte de combustible, formación local para operación y mantenimiento, y un compromiso nacional que entienda que la transición energética no se mide por los megavatios instalados, sino por los derechos habilitados.
Porque cuando una comunidad de la Amazonía, de La Guajira profunda o del Pacífico remoto enciende una luz por primera vez durante toda la noche, no solo estamos llevando energía. Estamos llevando educación, salud, seguridad, emprendimiento y dignidad.
La deuda con las ZNI es histórica, pero es también la oportunidad más grande que tiene Colombia para demostrar que la transición energética no es un discurso urbano, ni populista, sino una apuesta real por la equidad. Y esa transición empieza, sin excepción, en los territorios donde la oscuridad ha sido la norma.
Hoy, más que nunca, iluminar las ZNI es iluminar el futuro del país.